martes, 30 de agosto de 2011

Radio y fútbol: ¿exprópiese?

El enfrentamiento entre la LFP y las radios da lugar a un interesante análisis económico. Antes de nada, deberíamos centrar el problema, para luego tratar de aportar alguna luz a la cuestión.

¿En qué consiste realmente el enfrentamiento mencionado? A poco que reflexionemos sobre el asunto podremos ver que dicho enfrentamiento es realmente una lucha entre el derecho a la propiedad privada y el derecho a la información. ¿Está el derecho de información por encima del derecho a la propiedad privada? Es curioso como nuestra Constitución afronta la cuestión. El derecho a la información está contemplado en el artículo 20.d, en la sección I del capítulo II del título I (De los derechos y deberes fundamentales). En dicha sección se exponen en concreto los llamados derechos fundamentales. Sin embargo, el derecho a la propiedad privada se menciona en el artículo 33, en la sección II del mismo capítulo, ya fuera de ese grupo de derechos fundamentales. Parecería que el legislador da una importancia menor a la propiedad privada, al no incluirla dentro de ese grupo de derechos. Sin embargo, como ya conocen los que suelen leer este blog, considero el derecho a la propiedad privada sumamente importante y, como tal, debería considerarse un derecho fundamental. ¿Fue esta redacción de nuestra Constitución una cesión más a exigencias intervencionistas y colectivistas?

Habiendo ya definido el enfrentamiento entre la LFP y las radios como una lucha entre el derecho a la información y el derecho de propiedad, deberíamos preguntarnos cual es el bien objeto de propiedad por parte de los clubs. Cometeríamos un error si afirmáramos que son los hechos mismos que acontecen en un estadio los bienes objetos de propiedad. Y sería un error pues resultaría difícil definir la propiedad de un suceso. El derecho de propiedad "surgió" como respuesta para evitar los enfrentamientos debidos a la escasez de los bienes y su naturaleza excluyente (si yo lo poseo, otro no puede hacerlo), además de aplicarse a bienes tangibles. Por dicho motivo, sería ridículo que los clubs de fútbol impidieran comentar los partidos que pudieran ser vistos desde un televisor o desde el balcón de una vivienda anexa al estadio (por no mencionar medios más exóticos).

Por lo tanto, debe ser otro bien el objeto de la propiedad. Y este bien no es otro que el mismo estadio, el recinto cerrado cuyo titular es un determinado club de fútbol. Una de las características del derecho de propiedad es que cada propietario posee la plena disponibilidad de su propiedad (siempre que no dañe a un tercero). Cualquiera que posea un recinto cerrado puede establecer las normas que han de cumplirse dentro del mismo. Esto incluso está contemplado (innecesariamente, pues bastaría aplicar la propia definición del derecho de propiedad) en el Real Decreto 2816/1982, de 27 de agosto, por el que se aprueba el Reglamento General de Policía de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas. Así, en el artículo 59, sección 1e podemos leer (es el llamado derecho de admisión):

"El público no podrá: (…) Entrar en el recinto o local sin cumplir los requisitos a los que la empresa tuviese condicionado el derecho de admisión, a través de su publicidad o mediante carteles, bien visibles, colocados en los lugares de acceso, haciendo constar claramente tales requisitos".

Y es eso lo que hacen los clubs de fútbol. En su oferta de comercialización, estos clasifican los distintos servicios que ofrecen, en función de la capacidad de movimiento y uso de las instalaciones del estadio. Así se contempla la utilización de una cabina, el acceso a pie de campo o a la boca del túnel del vestuario. Es evidente que cuanto mayor sean las capacidades de movimiento por parte de los periodistas, mayor será el precio a pagar.

Por eso, aunque puede ser comprensible la frustración de un aficionado al no poder escuchar las trasmisiones en directo de sus partidos, eso no es motivo para quitar a los clubs el derecho a disponer de su propiedad como les apetezca. Y si las radios alegaran que el derecho a la información ha de prevalecer sobre el derecho de propiedad, quizás su opinión cambiaría cuando "cualquiera" entrase en sus emisoras, se plantase frente a los periodistas o comunicadores que realizan allí un determinado programa (eso, sí, sin molestar su trabajo) y comenzara a transmitir los sucesos que acontecen. Ya saben, tal persona lleva hoy una camisa de tal color o tal otra se ha cambiado su color de pelo. Seamos consecuentes...

jueves, 11 de agosto de 2011

La Teoría de la Resaca, por Paul Krugman

En 1998, un bastante más joven Paul Krugman publicaba un artículo titulado "The Hangover Theory" donde criticaba, casi rozando el desprecio, a la Teoría Austriaca del Ciclo Económico. Este artículo supuso el comienzo de una larga batalla intelectual entre el economista keynesiano y algunos de los mejores economistas austriacos. La batalla sigue librándose en la actualidad. Me ha extrañado que el mencionado artículo no estuviera traducido (al menos yo no he podido encontrarlo en Internet). En aras a una mejor difusión del interesante intercambio de opiniones que se sigue produciendo, he decidido, con algo de temeridad, por qué negarlo, a realizar una traducción del mismo. Espero haber cumplido con mi objetivo.


La Teoría de la Resaca
¿Son las recesiones las inevitables contrapartidas a pagar por los buenos tiempos?
Paul Krugman

Hace unas semanas, un periodista dedicó una parte importante de una reseña biográfica de mi persona a comentar mi error de no prestar la adecuada atención a la "Teoría Austriaca" del Ciclo Económico (una teoría que he considerado tan digna de ser estudiada seriamente como la teoría del flogisto del fuego). En fin. Sin embargo, el episodio me llevó a pensar, no tanto sobre esa teoría en concreto sino sobre la visión del mundo que se deriva de ella. Llamémosla teoría de las recesiones debido a la sobreinversión, "liquidacionismo", o simplemente "teoría de la resaca". Expone la idea de que las recesiones son el precio que pagamos por las burbujas, que el sufrimiento que padece la economía durante una recesión es el castigo necesario que hemos de cumplir por causa de los excesos de la expansión previa.

La teoría de la resaca es perversamente seductora, no porque ofrezca una salida sencilla, sino por que no la ofrece. Convierte las curvas de nuestros gráficos en un combate moral, en una historia de engreimiento y caída. Ofrece además a sus seguidores el singular placer de comunicar las malas noticias con una conciencia indubitable, convencidos profundamente de que no son crueles, sino que solamente demuestran un gran amor.
Poderosas, como estas seducciones suelen ser, deben ser combatidas (pues la teoría de la resaca es desastrosamente errónea). Las recesiones no son necesariamente consecuencias de burbujas. Pueden ser combatidas, y deben serlo, con generosidad y no con austeridad; con políticas que animen a las personas a gastar más, no menos. No es solamente un argumento académico: la teoría de la resaca puede ocasionar un daño real.
Las visiones liquidacionistas jugaron un papel importante en la agravación de la Gran Depresión; con teóricos “Austriacos”, tales como Friedrich von Hayek y Joseph Schumpeter argumentando con fuerza, en las fases más profundas de la depresión, en contra de cualquier intento de restaurar la “falsa” prosperidad mediante la expansión del crédito y la masa monetaria. Y ese mismo planteamiento está contribuyendo a inhibir la recuperación de las deprimidas economías mundiales en el momento actual.

Todas las múltiples variantes de la teoría de la resaca nos dicen algo como esto: al principio, un boom inversor se escapa al control. Quizás una excesiva creación de dinero, o una política irresponsable de préstamos por parte de los bancos, conducen a lo anterior; o quizás es simplemente una cuestión de una irracional prodigalidad por parte de los empresarios. Cualquiera que sea la razón, todas las inversiones llevan a la creación de un exceso de producción (de fábricas que no pueden encontrar mercados, de edificios de oficinas que no pueden encontrar arrendatarios). Como los proyectos de construcción se toman su tiempo para terminarse, el boom puede alargarse durante un tiempo antes de que la inconsistencia sea evidente. Al final, sin embargo, la realidad se impone, los inversores se arruinan y el gasto en inversión colapsa. El resultado es una recesión cuya profundidad es proporcional al exceso cometido. De la misma forma, esa recesión es parte de un necesario proceso reparador: el exceso de producción desaparece, los salarios bajan desde su elevado nivel en los momentos del boom y sólo entonces la economía está lista para recuperarse.

Excepto por la última parte que habla de las virtudes de las recesiones, no es una mala historia para describir los ciclos de inversión. Cualquiera que haya visto las subidas y bajadas de, por ejemplo, el mercado inmobiliario de Boston durante los últimos 20 años, puede contarnos que esos periodos de optimismo excesivo y de exceso de construcción que terminan en una mañana de ojos llorosos son una parte importante de la vida real. Pero hagámonos una pregunta aparentemente tonta: ¿Por qué las subidas y bajadas de la demanda de inversión han de llevar a subidas y bajadas a la totalidad de sectores económicos? No afirmemos que lo anterior es obvio. Aunque los ciclos de inversión, en la práctica, están asociados de forma clara con recesiones y recuperaciones globales de la economía, una teoría se supone que ha de explicar las correlaciones observadas, no solamente darlas por ciertas. Y realmente la pieza central de la revolución keynesiana del pensamiento económico (una revolución que hizo que la teoría de la resaca en general, y la teoría austriaca en particular, llegasen a ser tan obsoletas como los epiciclos) fue la consecución de John Maynard Keynes de que la pregunta fundamental no era por qué en ocasiones la demanda de inversión disminuye, sino por qué dicha disminución causa una recesión en toda la economía.

He ahí el problema: como una cuestión de simple aritmética, el gasto total en la economía es necesariamente igual al ingreso total (cada venta es al mismo tiempo una compra y viceversa). Así, si las personas deciden gastar menos en bienes de inversión, ¿no significa eso que deben haber decidido gastar más en bienes de consumo, resultando que una recesión en la inversión deberá estar siempre acompañada del correspondiente boom en el consumo? Y si lo anterior se cumple, ¿por que debería producirse un incremento en el desempleo?

La mayoría de los teóricos de la teoría de la resaca probablemente ni se darán cuenta de que esto es un fallo en su teoría. Tampoco responderán a ésta difícil pregunta esos supuestos sesudos teóricos austriacos. Lo mejor que von Hayek o Schumpeter pudieron proponer fue la vaga afirmación de que el desempleo era de tipo friccional, creado cuando la economía transfería trabajadores desde un inflado sector de la inversión hacia el sector de productos de consumo (de ahí su oposición a cualquier intento de incrementar la demanda: esto dejaría sin hacer “parte del trabajo que la recesión debería hacer”, ya que el desempleo masivo es parte de proceso de “adaptar la estructura de la producción”). Pero si esto es así, ¿por qué una burbuja en la inversión, que presumiblemente requeriría una transferencia de trabajadores en el sentido contrario, no generaría un desempleo masivo? Y de todas formas, este planteamiento se adapta muy poco a lo que realmente está ocurriendo en la recesión, donde todas las industrias, y no solamente las pertenecientes al sector inversor, normalmente disminuyen su actividad.

Como ocurre con bastante frecuencia en la ciencia económica, es más en cualquier esfuerzo intelectual, la explicación de cómo las recesiones pueden acaecer, aunque se obtenga después de un épico periplo intelectual, termina siendo extremadamente sencilla. Una recesión ocurre cuando, cualquiera que sea la causa, una gran parte del sector privado trata de incrementar su reserva de efectivo al mismo tiempo. Así, gracias a su simplicidad, este planteamiento ingenioso de que una recesión se debe a un exceso de demanda de efectivo, convierte en un sinsentido a toda la teoría de la resaca. Y si el problema consiste en que de forma generalizada las personas quieren conseguir más dinero, ¿por qué no incrementar la cantidad de dinero? Podemos alegar que no es tan sencillo, que durante la anterior burbuja, los empresarios acometieron malas inversiones y los bancos concedieron malos préstamos. De acuerdo, correcto. Deshagamos las malas inversiones y demos por perdidos los malos préstamos. ¿Por qué íbamos a necesitar que por dicho motivo se paralizara las capacidades de producir que funcionan perfectamente?

Por lo expuesto, la teoría de la resaca se convierte en una incoherencia intelectual. Nadie ha conseguido explicar por qué las malas inversiones del pasado habrían de dejar sin trabajo a los buenos trabajadores en el presente. Sin embargo, la teoría tiene un gran poder de atracción. Normalmente, esa atracción es mayor para los conservadores, que no puede soportar el pensamiento de que las acciones ejercidas de forma correcta por los gobiernos (dejándoles la libertad, ¡que horror!, de imprimir dinero) constituyan siempre una buena idea. Algunos liberales apoyan la teoría austriaca, no porque realmente la hayan considerado en profundidad, sino porque sienten la necesidad de que exista alguna prestigiosa alternativa a las implicaciones estatistas del keynesianismo. Y algunas personas probablemente son atraídas por las teorías austriacas porque imaginan que de esa forman devalúan las pretensiones intelectuales de los catedráticos en economía. Pero los moderados y los progresistas no son inmunes a los seductivos encantos de la teoría, especialmente cuando ésta les da una oportunidad de recriminar a los demás sus errores.

Pocos comentaristas occidentales han resistido la tentación de convertir el sufrimiento asiático en una ocasión para moralizar sobre los pecados cometidos en el pasado en esa región. ¿Cuántos artículos han leído haciendo responsable de la actual debilidad japonesa a los excesos cometidos durante la “burbuja económica” de los ochenta, incluso aunque esa burbuja estalló hace casi ya una década? ¿Cuántas editoriales han visto advirtiendo de que la expansión crediticia en Corea o Malasia es una terrible idea, ya que, después de todo, fue la excesiva expansión del crédito la que creó inicialmente el problema?

Y los asiáticos, especialmente los japoneses, se toman seriamente esos consejos. Con frecuencia podemos oír que Japón está sin control porque sus políticos se niegan a tomar decisiones difíciles, a aceptar los intereses creados. La verdad es que los japoneses han deseado intensamente tomar decisiones difíciles, como fue el caso al elevar de forma importante los impuestos en 1997. Sin embargo, ellos, en parte, experimentan problemas porque insisten en tomar decisiones difíciles, cuando lo que necesita la economía es tomar la solución más sencilla. La Gran Depresión se alargó tanto porque los legisladores imaginaron que la austeridad era el camino para luchar contra la recesión; la depresión que ha afectado a gran parte de Asia ha sido empeorada por esas mismas ideas. Keynes tenía razón: con frecuencia, si no siempre, "son las ideas, no los intereses creados, las que crean las posibilidades tanto para el bien como para el mal".

El artículo original se encuentra publicado en Slate Magazine: "The Hangover Theory"


Enlace relacionado:
Mi réplica a Krugman sobre la teoría austriaca del ciclo económico - Robert P. Murphy (Mises Daily en español)

viernes, 5 de agosto de 2011

La viñeta de la semana: Adelanto electoral


@Padylla. Si deseas ver otras viñetas publicadas por su autor esta semana, visita su blog www.padylla.com