jueves, 18 de febrero de 2010

Ser propietarios, ser libres, ser felices

"El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho universal al uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su pleno desarrollo: el principio del uso común de los bienes, es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» y «principio peculiar de la doctrina social cristiana». Por esta razón la Iglesia considera un deber precisar su naturaleza y sus características. Se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre, y no sólo de un derecho positivo, ligado a la contingencia histórica; además este derecho es «originario». Es inherente a la persona concreta, a toda persona, y es prioritario respecto a cualquier intervención humana sobre los bienes, a cualquier ordenamiento jurídico de los mismos, a cualquier sistema y método socioeconómico: «Todos los demás derechos, sean los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, a ello [destino universal de los bienes] están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización, y es un deber social grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primera»" (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 172)

El anterior párrafo supone en la mayoría de los casos un punto de desencuentro entre liberales y católicos. Temen los liberales que dicho principio abra las puertas al colectivismo y a la planificación. Por ello, me propongo a exponer la forma de compaginar dicho principio de la DSI con el concepto de propiedad privada, de fundamental importancia para un planteamiento liberal de la economía (Escuela Austriaca).

En primer lugar, he de indicar que para la DSI, el derecho de propiedad privada es un derecho natural secundario. Esto no significa que sea poco importante, sino que está subordinado a un derecho natural primario: aquel que afirma que todos lo hombres tienen derecho a disfrutar de los bienes de este mundo para conseguir mediante ellos, y no sólo mediante ellos, su desarrollo integral. Despreciar los bienes de este mundo por innecesarios sería una especie de “angelismo” ridículo. No en vano todos los cristianos pedimos a Dios que nos de el “pan nuestro de cada día”.

Se plantea ahora el problema de cómo cumplir de la mejor manera este derecho natural primario. Una de ellas sería delegar la responsabilidad a un “ente” externo al individuo. Dicha institución recibe en los casos que nos interesan el nombre de Estado. Sin embargo, ya Mises demostró hace mucho tiempo la imposibilidad económica del Socialismo. Pese a ello, algunas personas siguen pensando que lo que no ha solucionado una sociedad completamente socialista, lo hará una parcialmente socialista. La dificultad, que ya he comentado en este blog, es fijar el límite de intervención. Me temo que al igual que el anuncio del aperitivo, “cuando haces pop, ya no hay stop”. De todas formas, he leído algunas propuestas para intentar lograr la cuadratura del círculo, haciendo que sea el Estado, a través del ordenamiento jurídico, el que haga cumplir la obligación del destino universal de los bienes, pero ese tema será el asunto de una próxima entrada.

En esencia, cuando intentamos acudir a la planificación para conseguir que todos los hombres tengan acceso a los bienes de este mundo, aparece como efecto secundario la pérdida de la libertad. De esta forma, intentado hacer cumplir un derecho natural primario, conseguimos eliminar otro derecho natural aún más importante. No soy capaz de imaginar como planificar sin conseguir suprimir al final la libertad individual. Supongo que ese es el reto de aquellos que respetan la DSI y quieren llevar a efecto el principio del destino universal de los bienes a través de la intervención estatal.

Por el contrario, como católico liberal, he llegado a la conclusión que la única forma de cumplir el principio anterior es a través del desarrollo del derecho a la propiedad privada. La principal diferencia en este asunto entre un católico liberal y algunos otros liberales, es que el católico no considera la propiedad privada como un derecho absoluto. El planteamiento correcto para un católico liberal sería el siguiente: defender la propiedad privada para ser libres, ser libres para ser felices. Ese es el camino a seguir. Y de la misma forma que en otra ocasión he comentado que no puede convertirse la democracia en un fin en si misma, pues sólo es un medio para conseguir la libertad, tampoco podemos convertir la propiedad privada en un fin, ya que solamente es también un medio para conseguir la libertad y con ella la felicidad.

Hayek comprendía perfectamente la relación entre propiedad privada y libertad y la importancia de la primera, tal como los expresó en su libro “Camino de servidumbre”:

“Los valores económicos son menos importantes para nosotros que muchas otras cosas, precisamente porque en las cuestiones económicas tenemos libertad para decidir qué es para nosotros lo más y qué lo menos importante.”

“La libertad económica que es el requisito previo de cualquier otra libertad no puede ser la libertad frente a toda preocupación económica, como nos prometen los socialistas, que sólo podría obtenerse relevando al individuo de la necesidad y, a la vez, de la facultad de elegir; tiene que ser la libertad de nuestra actividad económica, que, con el derecho a elegir, acarrea inevitablemente el riesgo y la responsabilidad de este derecho.”



Viñeta publicada por Libertad Digital (© Cox & Forkum)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eetion, estupenda entrada. Hay varias cosas que yo precisaría un poco más, aunque sería casi convertir un post en un pedazo de tesis doctoral, jeje. Dejo algunos apuntes a vuelapluma:

Sobre el concepto de libertad del que hablas en el artículo hay mucho que decir, pero fundamentalmente se resume en que los liberales no saben lo que es realmente la libertad o cuándo un hombre es libre. En general hemos olvidado -yo el primero hasta hace poco, lo reconozco- lo que es el libre albedrío -poder hacer el bien o el mal-, lo que es la libertad natural (consustancial al hombre) que nadie le puede arrebatar sino que sólo puede restringir su ejercicio, y la libertad moral que se alcanza cuando el hombre hace uso de su libre albedrío eligiendo no pecar.

Sobre la propiedad, es un derecho natural que asimismo es una implicación necesaria del derecho natural al ejercicio de la libertad. Esto es importante.

Creo sinceramente que todos estos términos y disquisiciones realmente marcan la diferencia entre la antropología católica y la austroliberal.

En mi opinión, profundizar en la DSI es una gran forma de evitar caer en errores intelectuales graves, liberales o no liberales. Aquí hay un precioso filón intelectual sin explotar.

Eetión dijo...

Daniel:
Para dejar los apuntes a vuelapluma es imposible dar más en el clavo. Se nota que anda rondando por ahí esa tesis doctoral ;-)

Como tú dices, la definición correcta del concepto de libertad es fundamental para desarrollar toda una teoría liberal correcta. La mejor definición de libertad que he conseguido se encuentra en la encíclica Libertas Praestantissimum de León XIII, donde se define tanto la libertad natural como la moral. Por errar en el concepto de libertad algunas personas, creyendo que ejercen su libertad, al final se convierten en esclavos.

El filón es inmenso y creo que empezamos a recoger algunas pequeñas joyas del mismo. Creo que estamos en un momento muy interesante para un liberal católico en la evolución de la DSI. Se ha luchado, y todavía se lucha, para depurar el concepto de liberalismo que en el pasado se ha confundido con teorías políticas incompatibles con la doctrina católica. Una vez se clarifique este concepto (y la definición de libertad es una pieza fundamenta) se podrá continuar con el camino para demostrar la perfecta compatibilidad entre catolicismo y liberalismo (austriaco). Desde el punto de vista económico nos jugamos el futuro. O se llegará a cumplir con el principio del destino universal de los bienes si elegimos la teoría adecuada o se postergará este cumplimiento mientras sigamos atados a las tendencias intervencionistas. Y que conste que no hablo de una simple utopía política, porque los católicos sabemos que principio de cualquier cambio comienza por la conversión individual.